Olórun de Teodoro Diaz Fabelo, primera edición, La Habana, Cuba, 1960, Ediciones del Departamento de Folklore del Teatro Nacional de Cuba es, acaso, uno de los primeros libros salidos a la luz sobre religión afrocubana después del triunfo de la revolución de 1959.
Libro muy escaso y raro escrito por el investigador y etnólogo cubano Teodoro Diaz Fabelo quien fuera discípulo y colaborador de Fernando Ortiz.
Son 117 páginas con unas dimensiones de 20 x 14 cm.
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Los creyentes afrocubanos no suelen leer mucho y cuando lo hacen escogen las peores obras como referencia.
Ese es el caso de «Olorun», de Teodoro Díaz Fabelo que en la paradoja de (los) su título (s) se vuelve fuente un sinfín de los más operativos errores de la práctica afrocubana.
Como el Dios del cielo, que él insistentemente asocia con el sol, su contenido ha irradiado cientos, quizás miles de mentes, si bien, no es un libro que estuviera disponible fácilmente.
La única vez que lo vi en vivo fue en la librería de 25 y O y valía bien caro. Quizás, por esa mística que acompañaba y aún acompaña cualquier cosa que se escribiera en materia religiosa en un país que no había una literatura de esa índole.
Natalia Bolívar, indigna ‘hija’ de Odùdúwà, amplificó su voz al copiar primero los conceptos y luego los extractos de la pieza relativos a su òrìşà, que ella —como toda mujer de esta era— casó con Ifá por la fascinación que ejerce todo lo que es prohibido o inaccesible.
Mientras más se lo alejaron, más quiso saber de él y a despecho de un interdicto natural: no sabe nada al respecto, ha vivido de escribir, más bien de fusilar tratados y obras preexistentes que no ha sabido aprovechar, justamente, por carecer de la vivencia y el conocimiento indispensable para procesar una libreta o desmadejar una obra tan enmarañada como esta.
Teodoro-Díaz-FabeloDíaz-Fabelo, nacido hace 105 años el 27 de octubre de 1914, en la vetusta Sancti-Spíritus, concibió un libro con una ‘intención científica’, pero demasiado manchado por el arrebato y la exaltación teológica
En eso, incluso, se fue por encima de Lydia Cabrera a la que, amén de cierto desorden metodológico y aun aire empírico, se le puede achacar una pasión que no ayuda a observar el fenómeno con la mirada clara.
Poniendo por impreso las opiniones de sus fuentes, muchas veces se confunde con su propio discurso que no deslinda de estas y parece demasiado comprometido como para ser objetivo.
Es como un hombre enamorado que no ve defectos a la novia.
Obvio, Díaz-Fabelo, doctorado en pedagogía en 1952, no contaba con el caudal intelectual, ni informativo para poner en tela de juicio a sus fuentes
(evidentemente babaláwo que quizás dieron rienda suelta a sus frustraciones y vanidad, habida cuenta que, incluso entonces, no eran ‘la cabeza del culto’, como pretenden hoy).
Era aceptarlo o no.
A diferencia de la ‘srta. Lydia’, como la llama a lo largo del texto, él sí usó las fuentes británicas disponibles para entonces. En eso se asemeja a don Fernando. Así como en su vocación de teorizar sobre lo que no lleva teoría.
El sabio cayó en ese bache con frecuencia, queriendo explicar fenómenos, cuyas razones se escapaban a su comprensión o tenían otro motivo.
Un ejemplo, confundiendo Òsùn & osùn, teoriza tratando de trazar un lazo entre el bastón del babaláwo y la tintura roja que produje la Baphia nitida.